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miércoles, 2 de agosto de 2017

Axolotl - Julio Cortazar

Axolotl - Julio Cortázar

Hubo un tiempo en que yo pensaba mucho en los axolotl. Iba a verlos al acuario del Jardín des Plantes y me quedaba horas mirándolos, observando su inmovilidad, sus oscuros movimientos. Ahora soy un axolotl.
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El azar me llevó hasta ellos una mañana de primavera en que París abría su cola de pavo real después de la lenta invernada. Bajé por el bulevar de Port Royal, tomé St. Marcel y L’Hôpital, vi los verdes entre tanto gris y me acordé de los leones. Era amigo de los leones y las panteras, pero nunca había entrado en el húmedo y oscuro edificio de los acuarios. Dejé mi bicicleta contra las rejas y fui a ver los tulipanes. Los leones estaban feos y tristes y mi pantera dormía. Opté por los acuarios, soslayé peces vulgares hasta dar inesperadamente con los axolotl. Me quedé una hora mirándolos, y salí incapaz de otra cosa.
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En la biblioteca Saint-Geneviève consulté un diccionario y supe que los axolotl son formas larvales, provistas de branquias, de una especie de batracios del género amblistoma. Que eran mexicanos lo sabía ya por ellos mismos, por sus pequeños rostros rosados aztecas y el cartel en lo alto del acuario. Leí que se han encontrado ejemplares en África capaces de vivir en tierra durante los períodos de sequía, y que continúan su vida en el agua al llegar la estación de las lluvias. Encontré su nombre español, ajolote, la mención de que son comestibles y que su aceite se usaba (se diría que no se usa más) como el de hígado de bacalao.
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No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que estábamos vinculados, que algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán angosto y mezquino) piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se acercaban. Turbado, casi avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido (pensé en las estatuillas chinas de cristal lechoso), semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo. Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable; de frente una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una excrescencia vegetal, las branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.
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Fue su quietud la que me hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la repentina natación (algunos de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban. Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar. Pegando mi cara al vidrio (a veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable que me daba vértigo.
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Y sin embargo estaban cerca. Lo supe antes de esto, antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la mayoría, la distancia que va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo las manecitas… Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro. Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.
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Parecía fácil, casi obvio, caer en la mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada. Su mirada ciega, el diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje: «Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de algo, y a veces como horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos transparentes. Eran larvas, pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen esperaba su hora?
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Les temía. Creo que de no haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el guardián, que debía suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me influyeran a distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la oscuridad, adelantando lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían en plena noche, y el día continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen párpados.
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Ahora sé que no hubo nada de extraño, que eso tenía que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era mayor. Sufrían, cada fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua. Espiaban algo, un remoto señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de dolor, la prueba de esa condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.
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Sólo una cosa era extraña: seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.
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Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse. Ayer lo vi, me miró largo rato y se fue bruscamente. Me pareció que no se interesaba tanto por nosotros, que obedecía a una costumbre. Como lo único que hago es pensar, pude pensar mucho en él. Se me ocurre que al principio continuamos comunicados, que él se sentía más que nunca unido al misterio que lo obsesionaba. Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, sólo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa. Me parece que de todo esto alcancé a comunicarle algo en los primeros días, cuando yo era todavía él. Y en esta soledad final, a la que él ya no vuelve, me consuela pensar que acaso va a escribir sobre nosotros, creyendo imaginar un cuento va a escribir todo esto sobre los axolotl.

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Yo era un axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi pensamiento de hombre, enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas insensibles.

Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara del hombre pegada al acuario.

Él volvió muchas veces, pero viene menos ahora. Pasa semanas sin asomarse... Pero los puentes están cortados entre él y yo porque lo que era su obsesión es ahora un axolotl, ajeno a su vida de hombre. Creo que al principio yo era capaz de volver en cierto modo a él -ah, sólo en cierto modo-, y mantener alerta su deseo de conocernos mejor. Ahora soy definitivamente un axolotl, y si pienso como un hombre es sólo porque todo axolotl piensa como un hombre dentro de su imagen de piedra rosa.


Existe mas humanidad en donde menos uno la espera
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Story in english:
http://southerncrossreview.org/73/axolotl.html


sábado, 19 de noviembre de 2016

Sistemas Emergentes: Acondicionamiento del Estado Uniforme del Ser Humano por la Sociedad

Todos los organismos vivientes, mientras dure la vida, constituyen y degradan los componentes que los conforman sin alcanzar un estado de equilibrio químico ni termodinámico, sino manteniendo un estado uniforme. Responden a estímulos externos e internos mediante fluctuaciones reversibles de su estado estacionario y pueden alcanzar el mismo estado final partiendo de diferentes condiciones iniciales mediante distintos caminos.

De todos modos, cada uno de nosotros remplazamos todos los átomos del cuerpo cada aproximadamente 3 años, sin embargo, consideramos seguir siendo los mismos individuos...
La pregunta entonces es: ¿Que nos hace ser lo que somos? ¿Donde reside la esencia que nos hace ser? Si hablar de materia y energía es lo mismo (E = m.c²), ¿qué parte de esa materia o energía es la que compone nuestra “alma”? ¿Puede considerarse como la quintaesencia? ¿Podemos hablar de “alma”, o estamos hablando realmente de nuestra consciencia?

Si fuera así, que somos en esencia lo que nuestro consciente quiere que seamos, aquellas personas que tienen la capacidad de sesgar su memoria, no estarían haciendo otra cosa que redefiniendo lo que son, más allá de lo que fueron. Según Sartre “Aquello que cada uno de nosotros es, en cada momento de su vida, es la suma de sus elecciones previas. El hombre es lo que decide ser”. José Pablo Feinmann redefine esta idea diciendo que “Cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”.


A partir de este pensamiento, estaríamos siendo condicionados constantemente por nuestro entorno a ser lo que nos hacen ser, más allá de las elecciones que tomemos o lo que queramos ser o consideramos que somos. En efecto, más allá de lo que hagan de nosotros, las decisiones que tomemos nos hacen ser lo que somos. Esas decisiones no son más que un gasto de energía para conservar nuestro estado estacionario, lo menos alejado posible de lo que era en un comienzo, y esa energía que es parte de lo que nos hace ser está siendo transformada en otra cosa, redefiniéndonos.

Teniendo esto en cuenta, cada vez que nos someten o nos sometemos a estos estímulos externos que alteran nuestro estado estacionario de este “equilibrio” dinámico, nos vamos alejando mas y mas de lo que éramos en un comienzo. Llega un punto tal en el que nuestros organismos pierden la capacidad de responder a tales cambios, al punto de que dichas fluctuaciones reversibles pasen a ser irreversibles, lo cual es una mera cuestión de tiempo para que dichos cambios culminen inevitablemente en el equilibrio termodinámico.



... Todo es la luz

lunes, 3 de octubre de 2016

Aislamiento Social: Voluntad o Imposición?

Me crucé en internet con el siguiente video que habla sobre un fenómeno social que se llama "Hikikomori" que me resultó muy interesante. Me llamó a una pequeña reflexión al respecto que desarrollo en este post... (Espero que lo vean en su totalidad, abajo está la reflexión). 


Creo que este fenómeno, extrapolado a la realidad de Argentina (y probablemente de muchos otros paises), más allá del término que se acuñe para definir a la persona, creo yo que los factores que llevan a uno a ser de esa manera son más en cantidad y complejidad. 


Probablemente que muchos se sientan identificados al menos cierta medida... El "optar" de muchos por encerrarse en sus casa y limitarse a salir para comprar comida y/o cumplir sus obligaciones laborales, en gran medida se debe muchas veces a la falta de amistades, compañeros o conocidos con quien hacer cosas. Ser antisocial, muchas veces no es una opción, sino que la gente ya perdió el interés de sociabilizar cara a cara, mas la autoimposición de una excusa para todo.



La sociedad está estructurada para que vayamos a trabajar, estudiar, comprar cosas y sumado al tiempo de tener que viajar y la necesidad de descansar, no quede realmente mucho tiempo o energía disponible como para poder o querer salir de la rutina de lo social (véase, relacionarse con un mismo grupo reducido de gente en el mejor de los casos, con la pareja de uno, limitarse a tener solo trato con la familia y/o mascotas, en caso de tener, o en el peor de los casos con nadie en absoluto). A veces, el tiempo está pero no queremos aprovecharlo y nos limitamos a quemarlo haciendo nada.



Si a eso le agregamos la NECESIDAD impuesta por el sistema de que "hacer algo" al oido común implica gastar dinero $$$$ (Ej: salir a comer o tomar, cine, teatro, boliche, recital, vacaciones, viajes, etc). Donde quedó la costumbre de salir a caminar, ir a una plaza a hablar, juntarse a pasar el rato haciendo algo o nada en absoluto, sin tener que estar pendientes de un celular cada 5 minutos? Estimo que muchos quedan fuera de esa posibilidad de compartir algo con alguien ante la limitación económica y terminan rechazando una invitación para no sentirnse en deuda con alguien.

Sumado a todas los puntos anteriores lleva a un estado de desamino entendible (estadios tempranos a la depresión en caso de que no revierta la situación) que si no hay un vinculo externo, o aun peor, el único vinculo que se tiene es nocivo, es muy difícil salir y reintegrarse en la sociedad, por la asociación negativa que todo ello genera.




Mucha gente atraviesa por estos momentos y estados ante la pérdida de un ser querido, un vinculo sentimental muy fuerte o de muchos años, una perdida a nivel laboral o material, y si no fuese por alguna que otra persona que justo encontramos (o nos encuentra) en el lugar y momento adecuado (a veces si, a veces no), la vida puede tomar caminos muy determinantes.

Los estándares socioeconómicos que nos imponen, limitan mucho las posibilidades de muchos. Tener que cumplir con ciertos requerimientos básicos para no ser excluidos de la sociedad. Hoy por hoy, casi que se le da más importancia a tener acceso a internet, una computadora, un celular smartphone, entre otras cosas, que a necesidades básicas higiénico-sanitarias, como acceso a agua potable, cloacas, luz, gas, salud pública entre otras cosas.



A lo largo de los años se han ido perdiendo muchos valores sociales y el foco real de lo que implica formar una sociedad. Para la reintegración a la sociedad y evitar tanto aislamiento, (muchas veces debido al avance tecnológico y la "comunicación incomunicadora"), primero habría que cambiar la conciencia colectiva, que mas que concientizar o ser consciente es una mera imitación de las tendencias impuestas y volver un poco en retrospectiva y ver en que punto se alteró el equilibrio y empezar a modificar actitudes.




La Organización Mundial de la Salud (OMS), define el concepto de saludo como "un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades". El bienestar no reside en lo material, ni en lo económico, ni en lo que le demos a creer a los demás de nosotros mismos. Estar bien con uno mismo y encontrar el balance con nuestro entorno depende de muchos factores, pero dicha expansión de bienestar desde lo personal hacia la sociedad comienza del interior de cada uno, y sería bueno poder impregnarnos de ella e impregnar a otros.


Lo bueno genera cosas buenas, por lo que me tome un buen rato para escribir esto y que otros puedan terminar esta lectura, espero yo, sintiéndose un poco mejor consigo mismo y esa llama se expanda en uno y se siga transmitiendo a otros.

Si tienen ganas de compartir su opinión o debatir al respecto del tema, sientanse libres de dejar un comentario



Una vez creado, el sonido dura para siempre. Para un hombre puede desaparecer, pero sigue existiendo en el silencio, que es el mayor poder del hombre...
Todo es luz...

domingo, 20 de marzo de 2016

Detachment (2011)

"And never have I felt so deeply at one and the same time so detached from myself and so present in the worlds". - Albert Camus

"Y nunca me sentí tan profundamente, a la vez en un mismo instante, tan separado de mí mismo y tan presente en el mundo". - Albert Camus


Edgar Allan Poe. The Fall Of The House Of Usher

Son coeur est un luth suspendu; Sitot qu'on le touche il resonne. – De Beranger
"His/her heart is a poised lute; as soon as it is touched, it resounds".

"During the whole of a dull, dark, and soundless day in the autumn of the year, when the clouds hung oppressively low in the heavens, I had been passing alone, on horseback, through a singularly dreary tract of country; and at lenght found myself, as the shades of the evening drew on, within view of the melancholy House of Usher. I know not how it was - but, the first glimpse of the building, a sense of insufferable gloom prevaded my spirit [...] I looked upon [...] the simple landscape [...] of the domain - upon the bleak walls [...] - upon the white trunks of decayed trees - with an utter depression of soul [...]. There was an iciness, a sinking, a sickening of the heart..."


 

Cuando uno intenta hacer las cosas bien y se da cuenta que no hace otra cosa mas que nadar en contra de la corriente hasta que ya se acaba la energía y no es mas que, tal vez, un (buen) recuerdo en la mente de alguien.

viernes, 11 de marzo de 2016

Fahrenheit 451 - Ray Bradbury (1953)



Luego del paseo, que podría haber durado unos minutos o tal vez incluso una eternidad, Clarisse le preguntó a Montag, con una expresión de intriga y curiosidad en su rostro.
- ¿Es usted feliz?
- ¿Que si soy qué? – replicó él... Pero ella ya se había marchado, corriendo debajo del claro de luna.

< Claro que soy feliz. ¿Qué se cree esa muchacha? ¿Qué no lo soy? > se dijo a sí mismo con una sonrisa.

... Una vez dentro de su habitación, escuchó el zumbido en el aire, semejante al de un mosquito, cual murmullo eléctrico de una avispa oculta en su nido. Montag sintió que su sonrisa desaparecía… Oscuridad. No se sentía feliz. No era feliz, en absoluto. Pronunció las palabras para sí mismo. Llevaba su felicidad como una máscara, y la muchacha se había marchado con su careta y no había manera de ir hasta su puerta y pedir que se la devolviera.